domingo, 21 de enero de 2007

Pasión Corinthiana: Única en Brasil, simplemente inimitable



Torcedores haciendo las filas en el acceso al estadio de Sorocaba (SP)



Jaílson siente de corazón a su nuevo equipo y celebra junto a Roger sus goles en el segundo partido de la temporada ante EC Sao Bento de Sorocaba


¡¡¡Corinthians grande, sempre altaneiro!!! en el Morumbí

lunes, 1 de enero de 2007

El oculto placer de viajar en bus



Lo que significa la aventura de recorrer por tierra más de 3 mil kilómetros solo por el deseo de regresar a nuestro país para las fiestas de fin de año.


Tal como sucede cada fin de año, cientos de peruanos que residen en la ciudad de Buenos Aires acuden presurosos hacia el Terminal de omnibuses de Retiro para iniciar lo que será una larga travesía de regreso al país que los vio nacer. Un trayecto que, durante tres días, avivará los recuerdos de aquellas personas que volverán después de varios años de arduo trabajo así como de quienes regresarán sólo para visitar a sus familiares aprovechando las vacaciones.
Aunque está claro que viajar por este medio de transporte no es la manera más placentera para retornar, no obstante para la mayoría de la gente se ha constituido casi en la única opción para aligerar costos. Pero tantos días de incomodidad es a su vez una ocasión imperdible para descubrir los hermosos paisajes del norte argentino, tan imponentes como conmovedores por su colorido diverso y sus formas distintas, constituyéndose así en un atractivo para evitar el aburrimiento en pleno traslado.
El día señalado había llegado y el grupo de pasajeros, después de haber pasado por el ritual del preembarque, esperaba con ansiedad la llegada de la unidad que los llevaría hacia su destino final. Aquellas fueron horas tensas para este grupo de gente (entre los que me incluyo), porque kilómetros más adelante se pondría de manifiesto la incertidumbre por saber si nuestros organismos serían capaces de soportar más de 70 horas dentro de un bus. Por ello que no había otra alternativa que relajarse y transcurrir las primeras horas dialogando con los ocasionales acompañantes, conociendo sus historias y anécdotas .
El cielo se oscureció y la noche se adentró en nuestro horizonte. Metros más adelante la ciudad de Tucumán nos recibió con un clima templado. Hasta aquí la marcha había sido tranquila. Lo más complicado del extenuante itinerario es asumir que habrán muchas horas más para soportar.

Entre dormitadas prolongadas y diálogos espontáneos, el alba de Jujuy se nos asomó por las ventanas, retumbándonos en los ojos. Luego de habernos detenido por una hora en esas ciudad, para cambiar de bus y acicalarnos, llegaba el momento de iniciar la escalada por la puna jujeña y la cordillera. La majestuosidad del panorama emocionaba al observar los cerros menos grandes rodeados de maleza verde y en el fondo erigiéndose las inmensas montañas de gran variedad cromática, como aquel famoso “Cerro de los siete colores” (en la foto). Una naturaleza agreste propia de la zona andina que nos despidió al anochecer una vez concluido el control migratorio en Paso de Jama (4 100 metros de altitud), en plena frontera con Chile.
Con los oídos estremecidos y con los efectos de la altura causando múltiples dolores de cabeza nos adentrábamos en territorio chileno. Para entonces la sagacidad de los choferes para acelerar los trámites con las autoridades mapochinas se hacía imprescindible y minutos después se hizo efectiva. Venía entonces el camino por el gélido desierto de Atacama, toda una madrugada que probaría nuestra resistencia puesto que al otro día ya estaríamos en la zona limítrofe con Perú.
Al fin en casa podríamos haber dicho, pero faltaba la parte más engorrosa de nuestro viaje: pasar la inspección de Aduanas. La situación se planteaba entre la revisión de todos los equipajes que se encontraban en el depósito o el desembolso de una cantidad voluntaria entre todos los pasajeros para dejar pasar el fastidioso control. Al final primó la ley del dinero y lo que hubieran sido horas de espera y decomiso de pertenencias por montones se presentó como un rato de alivio para los presentes, aunque, ¡claro!, transgrediendo las reglas.
El periplo estaba llegando a su final, los últimos kilómetros ya no eran una preocupación y el sueño prolongado se constituía en el mejor aliado para esperar el arribo en Lima. La última parada de esta aventura que pasó de los rostros tensos de la partida a las caras alegres del reencuentro con los familiares en el Terminal de la capital peruana. Al fin y al cabo toda historia merece tener un final feliz.

La locura por ver un River-Boca superó incluso a mi habitual cordura

Se trata del mayor antagonismo futbolístico que pueda haber en el mundo. No hay hinchadas que se odien tan recíprocamente como la de estos dos equipos. Es el River-Boca y tuve la suerte de estar aquel 8 de octubre de 2006 para poder contarlo.

Fue un domingo de fútbol atípico, lo recuerdo aún con claridad . Y lo fue porque era la primera vez, después de haber estado viviendo 2 años y medio en Argentina, que podía asistir al que ha sido reconocido como el "mejor espectáculo deportivo del mundo". Imposible olvidarlo además porque dos días antes había pernoctado durante 12 horas, cual empedernido fanático argentino, en las calles aledañas del estadio Monumental de River con el desquiciado objetivo de alcanzar una de las últimas 3000 entradas que se habrían de poner en venta durante las primeras horas del viernes. Las restantes se encontraban ya en poder de los socios de los dos clubes en mención.
Sin embargo, obtener ese ticket no iba a ser un juego de niños y de eso me fui percatando conforme pasaban las horas en aquella madrugada cuando el lugar se iba repletando de gente. Tendría entonces que valerme de artimañas típicas del argentino "criollo" para lograr mi cometido. Al fin y al cabo la ambición por adquirir un boleto para un River-Boca permitía ver todo como "legal" y me motivaba para seguir en el lugar.
He de ser sincero, a pesar de todo, que cuando llegué en la noche previa, y al observar de que las inmensas filas se extendían por la Avenida Lugones (vía de acceso al estadio), el desánimo empezó a apoderarse de mi voluntad. Pero no quedaba mayor opción que colarse, eso sí, sin mucho roche y de a poquitos.

En el interín de la amanecida me pude percatar que de un momento a otro estaba rodeado por curiosos personajes que hacen del equipo “millonario” una deidad. A mi costado un embriagado sujeto, proveniente de las más recónditas villas (versión argentina de los pueblos jóvenes), alentaba a quienes soportábamos aún estoicamente a seguirles el coro antiboquense: "Esto es River, loco, canten por que si no parecen amargos como los bosteros", me retumbaba con sus alaridos en el oído. Entonces había que cantar nomás , y también saltar: "Borombonbom, Borombonbom, el que no saltaaaa, es un botón..." gritaba el estribillo cuando hizo su aparición la Policía Federal para imponer orden hasta la llegada del alba en la desbordada concurrencia. Para entonces el descontrol ya se había apoderado de la escena, los apretones no distinguían ni edad ni sexo, en ese instante lo único que valía era soportar de pie en el acceso a las boleterías, de cualquier forma para conseguir la preciada entrada.
Una vez transcurrida aquella odisea, súper magullado por tan impiadosas avalanchas, me percaté de lo valioso que era esa boleta cuando, exhausto en mi habitación, me enteraba por la televisión de que se habían agotado todas en menos de una hora. ¡Vaya suerte la mía!

Así, por fin llegó el domingo. No obstante, la impaciencia por estar en la cita me había consumido desde las primeras horas del día. El tiempo pasó tan rápido que de pronto el reloj marcó las 12 del mediodía y ya era momento de estar en el estadio, observando la previa con un compinche colombiano que conocí en mis ardorosas noches porteñas. Enfundado en una camiseta de Los Millonarios de Bogotá (regalo de mi pata “El Parcero”) me fui contagiando de los cánticos "riverplatenses", aunque soportando el inclemente calor de Buenos Aires. Me encontraba nada menos que en la intimidante tribuna Enrique Omar Sívori, la misma que aloja a los famosos barra bravas "Los Borrachos del Tablón" y a los no menos temidos jefes denominados "Los Patovicas" (versión argentina de los agentes de seguridad 911). Minutos después de mi arribo empezaba el ritual de llenar de color el lugar con la habitual parafernalia argentina que incluía una súper bandera que cubría todas las humanidades de los concurrentes. Globos de color rojo y blanco, cantidad impresionante de papel picado elaborado manualmente y banderas por doquier que flameaban por encima de mi cabeza. Mientras contemplaba el espectaculo, de un momento a otro, casi sin percatarme del rato que estaba en el lugar, salió el equipo local. Marcelo Araujo (conocido narrador argentino) habría dicho: !Se viene la bandaaaaaa! y entonces el estadio contempló la recepción de la hinchada mayor. Simplemente cautivante.
Después vino el fútbol. Los dos goles del “Pipita” Higuaín y el del “Tecla” Farías que dejaron sin valor al espectacular gol de Rodrigo Palacio; y para cerrar de gran forma, las celebraciones “millonarias” post partido mofándose de los “enemigos” que regresaban cabizbajos por tan dolorosa derrota. ¡Mirá, mirá, mirá; sacale una foto. Se van para la Boca con el trasero roto!, entonaban los hinchas mientras abandonaban el recinto, tan entusiastas como mientras se jugaban los 90 minutos; y es que todo eso forma parte de este espectáculo tan bien exportado al mundo por los argentinos. Una sensación de regodeo difícil de cambiar por algo, hasta por el mérito de ser juicioso.