lunes, 1 de enero de 2007

El oculto placer de viajar en bus



Lo que significa la aventura de recorrer por tierra más de 3 mil kilómetros solo por el deseo de regresar a nuestro país para las fiestas de fin de año.


Tal como sucede cada fin de año, cientos de peruanos que residen en la ciudad de Buenos Aires acuden presurosos hacia el Terminal de omnibuses de Retiro para iniciar lo que será una larga travesía de regreso al país que los vio nacer. Un trayecto que, durante tres días, avivará los recuerdos de aquellas personas que volverán después de varios años de arduo trabajo así como de quienes regresarán sólo para visitar a sus familiares aprovechando las vacaciones.
Aunque está claro que viajar por este medio de transporte no es la manera más placentera para retornar, no obstante para la mayoría de la gente se ha constituido casi en la única opción para aligerar costos. Pero tantos días de incomodidad es a su vez una ocasión imperdible para descubrir los hermosos paisajes del norte argentino, tan imponentes como conmovedores por su colorido diverso y sus formas distintas, constituyéndose así en un atractivo para evitar el aburrimiento en pleno traslado.
El día señalado había llegado y el grupo de pasajeros, después de haber pasado por el ritual del preembarque, esperaba con ansiedad la llegada de la unidad que los llevaría hacia su destino final. Aquellas fueron horas tensas para este grupo de gente (entre los que me incluyo), porque kilómetros más adelante se pondría de manifiesto la incertidumbre por saber si nuestros organismos serían capaces de soportar más de 70 horas dentro de un bus. Por ello que no había otra alternativa que relajarse y transcurrir las primeras horas dialogando con los ocasionales acompañantes, conociendo sus historias y anécdotas .
El cielo se oscureció y la noche se adentró en nuestro horizonte. Metros más adelante la ciudad de Tucumán nos recibió con un clima templado. Hasta aquí la marcha había sido tranquila. Lo más complicado del extenuante itinerario es asumir que habrán muchas horas más para soportar.

Entre dormitadas prolongadas y diálogos espontáneos, el alba de Jujuy se nos asomó por las ventanas, retumbándonos en los ojos. Luego de habernos detenido por una hora en esas ciudad, para cambiar de bus y acicalarnos, llegaba el momento de iniciar la escalada por la puna jujeña y la cordillera. La majestuosidad del panorama emocionaba al observar los cerros menos grandes rodeados de maleza verde y en el fondo erigiéndose las inmensas montañas de gran variedad cromática, como aquel famoso “Cerro de los siete colores” (en la foto). Una naturaleza agreste propia de la zona andina que nos despidió al anochecer una vez concluido el control migratorio en Paso de Jama (4 100 metros de altitud), en plena frontera con Chile.
Con los oídos estremecidos y con los efectos de la altura causando múltiples dolores de cabeza nos adentrábamos en territorio chileno. Para entonces la sagacidad de los choferes para acelerar los trámites con las autoridades mapochinas se hacía imprescindible y minutos después se hizo efectiva. Venía entonces el camino por el gélido desierto de Atacama, toda una madrugada que probaría nuestra resistencia puesto que al otro día ya estaríamos en la zona limítrofe con Perú.
Al fin en casa podríamos haber dicho, pero faltaba la parte más engorrosa de nuestro viaje: pasar la inspección de Aduanas. La situación se planteaba entre la revisión de todos los equipajes que se encontraban en el depósito o el desembolso de una cantidad voluntaria entre todos los pasajeros para dejar pasar el fastidioso control. Al final primó la ley del dinero y lo que hubieran sido horas de espera y decomiso de pertenencias por montones se presentó como un rato de alivio para los presentes, aunque, ¡claro!, transgrediendo las reglas.
El periplo estaba llegando a su final, los últimos kilómetros ya no eran una preocupación y el sueño prolongado se constituía en el mejor aliado para esperar el arribo en Lima. La última parada de esta aventura que pasó de los rostros tensos de la partida a las caras alegres del reencuentro con los familiares en el Terminal de la capital peruana. Al fin y al cabo toda historia merece tener un final feliz.

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